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Columna
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Las cuatro fases del ‘procés’

La insurrección frente al Estado galvanizó en 2017 al separatismo con la excusa del referéndum

Joaquim Coll
Artur Mas y otros miembros de Junts Pel Sí celebran los resultados en las elecciones del 27 de septiembre de 2015.
Artur Mas y otros miembros de Junts Pel Sí celebran los resultados en las elecciones del 27 de septiembre de 2015.David Ramos (Getty Images )

Como en el fragor de la batalla a menudo se pierde la perspectiva, vale la pena trazar un esquema de las cuatro fases (ilusión, expectación, desconcierto e insurrección) que ha seguido hasta ahora el procés.

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La ilusión (1) eclosionó en la Diada de 2012 tras una gran manifestación netamente independentista. Artur Mas vio en ese clímax, alimentado desde los medios públicos, una ocasión de oro para adelantar las elecciones bajo la bandera del derecho a decidir, no sin antes escenificar el portazo de Mariano Rajoy a su exigencia de pacto fiscal. Fracasó estrepitosamente, pero resucitó a una ERC liderada ahora por Oriol Junqueras. Este impuso a Mas la condición de celebrar una consulta en 2014, coincidiendo con el referéndum escocés y el tricentenario de 1714. Entre tanto, la pulsión soberanista fracturó el PSC y penetró en muchos sectores sociales, incluidos unos sindicatos que acabaron de comparsas de la agitación nacionalista. La ilusión alcanzó su cenit el 9-N en el que Mas “engañó” al Estado.

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La expectación (2) se instaló de pronto ante la lucha abierta por el liderazgo entre Mas y Junqueras. Carme Forcadell, al frente de la poderosa Asamblea Nacional Catalana (ANC), exigió al president que convocara inmediatamente elecciones para aprovechar el golpe psicológico de la consulta y proclamar la independencia. Pero escaldado por su fracaso electoral anterior, el líder de CiU no se atrevió sin antes obligar a ERC a sumarse a una lista unitaria. La expectación prosiguió hasta las elecciones del 27 de septiembre de 2015, convocadas con carácter plebiscitario para reemplazar el referéndum vinculante imposible de celebrar.

El desconcierto (3) se apoderó del movimiento separatista porque, pese a disponer de mayoría absoluta en el Parlament, Junts pel Sí quedó en manos de la CUP, que exigió el sacrificio de Mas, denostado por su pujolismo. Tras la elección in extremis de Carles Puigdemont, pronto se hizo evidente que el 47,7% de los votos no permitiría declarar la independencia al final de los 18 meses previstos. En septiembre de 2016, Puigdemont se vio obligado, para renovar el apoyo de los anticapitalistas, a recuperar la idea de un referéndum de autodeterminación y evitar así el naufragio del procés en unas nuevas elecciones.

La insurrección (4) frente al Estado galvanizó en 2017 al separatismo con la excusa del referéndum, convertido en la quintaesencia de la democracia y en bandera de enganche para la izquierda podemita y colauista. El autogolpe que entre el 6 y el 8 de septiembre liquidó la Constitución y el Estatut se maquilló con una sucesión de jornadas revolucionarias en la calle, cuyo epicentro fue el 1-O. A principios de octubre la insurrección se dio de bruces con la huida empresarial y financiera, el riesgo de un conflicto civil con los otros catalanes y la negativa a mediar de los Estados europeos.

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