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Un Congreso tan fracturado como la sociedad brasileña

Una treintena de partidos se repartirá los 513 escaños de la Cámara Baja, lo que dificultará las alianzas

Tom C. Avendaño

Una escabechina de caras y siglas asentadas. Espaldarazos súbitos. Minorías donde antes había alianzas históricas. Y la posibilidad de que la ultraderecha alcance una influencia extraordinaria en una sociedad dividida en dos. En el poder legislativo brasileño no ha quedado nada conocido tras la votación del domingo, que dio al ultraderechista Jair Bolsonaro el 46% de los votos y al otrora todopoderoso Partido de los Trabajadores (PT) tan solo un 28% de los sufragios. Lo único que está claro es que a nada de lo que ha funcionado en Brasil hasta le sigue quedando fuelle. Atrás ha quedado la era de las mayorías absolutas, o incluso de las coaliciones simétricas; es el momento de las uniones con la nariz tapada y la oposición feroz a quien acabe en el Gobierno.

Simpatizantes del candidato presidencial Jair Bolsonaro queman una urna electrónica en la avenida Paulista en Sao Paulo (Brasil)
Simpatizantes del candidato presidencial Jair Bolsonaro queman una urna electrónica en la avenida Paulista en Sao Paulo (Brasil)Sebastião Moreira (EFE)

En el Congreso, una sopa de letras de 513 diputados procedentes de una treintena de partidos, el PT ha visto cómo su presencia quedaba reducida a la mínima expresión: 56 diputados donde en 2014 había 70 y en 2010, cuando las vacas gordas, se alcanzaron los 88 escaños. Pese a todo, el PT es el partido con mayor presencia en la Cámara.

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Apenas le quedan caras amigas a la vista. La única agrupación que maneja cifras parecidas es el hasta hoy minoritario Partido Social Liberal (PSL), el de Bolsonaro, que ha recibido más votos de lo que pronosticaban las encuestas: suma unos 52 diputados (esta cifra puede cambiar: algunos Estado siguen asignando votos a agrupaciones, siguiendo la enrevesada ley electoral brasileña). Uno de los nuevos escaños supone un gran triunfo personal para el candidato a la presidencia, el de su hijo Eduardo Bolsonaro, que se presentaba por São Paulo, y que hoy es el diputado más votado de la historia de Brasil (1,8 millones de votos). Otro de sus hijos, Flavio, ha logrado escaño en el Senado, lo que eleva a cuatro los puestos del partido en la Cámara Alta. La prueba definitiva de que el hechizo del ultraderechista no acaba en el candidato y que desde luego, puede tener una presencia sin igual en el Ejecutivo.

La vieja política

Muchos estudian, ya con pavor, si es factible cualquier opción que insufle más poder a la extrema derecha: por ejemplo, que el PSL se fusione con alguna agrupación más afín -como podría ser el Partido Social Cristiano (PSC), que le daría nueve diputados- y se ahorre tener que lidiar con una coalición multipartidaria. Con esto y la probable victoria de Bolsonaro en la segunda vuelta, el exmilitar camparía a sus anchas por el Parlamento.

La cuestión ahora es quién podrá plantarles cara. De la vieja política y sus alianzas no quedan más que fragmentos. El MDB, el partido fundado durante la dictadura y que ha estado en el Gobierno desde que Michel Temer asumió la presidencia en 2016 tras el impeachment a Dilma Rousseff, tiene solo 33 diputados. La mitad que en 2014.

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Y por debajo está el PSDB, otra superpotencia en ruinas. A la gran formación que durante décadas se repartió con el PT el control del Congreso, hoy le quedan 29 diputados (de 54 en 2014). El eje PT-PSDB, el mismo que durante décadas mantuvo al menos un semblante de orden mientras por Brasilia pasaban los impeachments, las crisis económicas, las sacudidas de la corrupción y la decadencia de la izquierda, es de repente cosa del pasado. De esa historia que en retrospectiva parece hasta cómoda, cuando había grupos de 90 y 100 diputados. El legislativo se dirige hacia la incertidumbre.

Mientras, en el Senado, se repartirán el espacio 20 partidos donde antes había 15. El PT, que antes tenía 11 senadores, pasa a tener cuatro. Serían cinco si la expresidenta Dilma Rousseff hubiese convencido a los votantes de Minas Gerais, su Estado natal, de que le permitiesen volver a la política. La expresidenta, sin embargo, ha quedado en cuarto lugar en su Estado, con un 15,21%. Otra amarga derrota política por digerir, la enésima contando la cadena de catastróficas votaciones que llevaron a su destitución en 2016.

Con la sociedad claramente dividida, no ya en dos bandos, sino en varios, se avecinan tiempos complicados para forjar alianzas. El votante ha huido de las grandes plataformas hegemónicas y ha encontrado en los partidos pequeños, si no la solución a las crisis brasileñas, la forma de expresar al menos su descontento con las dinámicas actuales.

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Sobre la firma

Tom C. Avendaño
Subdirector de la revista ICON. Publica en EL PAÍS desde 2010, cuando escribió, además de en el diario, en EL PAÍS SEMANAL o El Viajero, antes de formar parte del equipo fundador de ICON. Trabajó tres años en la redacción de EL PAÍS Brasil y, al volver a España, se incorporó a la sección de Cultura como responsable del área de Televisión.

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