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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Ayer y hoy descorazonador

J. Ernesto Ayala-Dip

Todo empieza con el hallazgo de una foto de la otrora cantante de boleros Violeta del Río. Eran los años previos a la Revolución. Cuba entraba en su última fase de corrupción generalizada. Batista reprimía sangrientamente todo conato de oposición. Éste es el telón de fondo histórico que recupera el ya famoso ex teniente Mario Conde. Quien haya leído novelas anteriores del escritor cubano Leonardo Padura, ya conoce el código moral de Conde, su peculiar modo de destripar el sistema castrista desde dentro del mismo sistema. De alguna manera, Padura concibió a su héroe a imagen y semejanza de los grandes héroes de la novela negra norteamericana. Ya se sabe que éstos son proclives a esa especie de melancolía por la pureza perdida, sólo que ellos la extrañan desde todas las impurezas morales posibles e imposibles. Mario Conde tiene ahora en La neblina del ayer, su nueva novela, cuarenta y ochos años. Ya no forma parte de la plantilla de la policía de La Habana. Ahora todo lo observa como desde la barrera, aunque siempre a tipos como él la realidad los llama a husmear. Cuando menos se lo espera, un mínimo indicio humano lo conduce a una antigua herida. Y así empieza el antiguo funcionario público a complicarse la vida.

LA NEBLINA DEL AYER

Leonardo Padura

Tusquets. Barcelona, 2005

358 páginas. 18 euros

La neblina del ayer es una novela negra. (Quien haya leído Amanecer con hormigas en la boca, de Miguel Barroso, en Debate, comprobará una estimulante familiaridad). Y como tal, Leonardo Padura no la desaprovecha para radiografiar la realidad cubana. Es verdad que Mario Conde se mete él solito en un asunto turbio. Es verdad que ahora ha cambiado de oficio y que le crea menos problemas dedicarse al negocio de la compra y venta de libros valiosos que andar investigando corruptelas indescifrables. Pero todo ello no le impide inyectarnos una buena (o mala) dosis de desilusión ideológica. En este sentido, la novela negra nunca fue demasiado decorosa en su crítica a los sistemas políticos, fuere el que fuere. Padura ambienta su novela en dos ejes cronológicos, el anterior a la Revolución y el posterior o actual. Casi como quien no quiere la cosa, resulta que el paralelismo es terriblemente descorazonador. En el apartado estrictamente literario, la novela de Padura funciona perfectamente. El meollo argumental nos sabe a una metáfora entre nostálgica y lacerante de un paraíso que uno no acaba de convencerse si estuvo acertado cambiarlo por lo que se lo cambió. A esa inconsciente incertidumbre que ronda durante toda la novela, le suma Padura su oficio de novelista de muchos recursos, rico en el uso de todos los matices y registros del idioma y sabedor de que detrás de toda novela negra ha de intuirse el influjo de la buena literatura de todos los tiempos. Les recomiendo a los lectores esta novela. Sigan los pasos de esa bolerista enigmática, empápensen de la euforia libresca que impregna toda la novela. Y disfrútenla.

Palacio del presidente Batista en La Habana, en 1958.
Palacio del presidente Batista en La Habana, en 1958.GETTY IMAGES

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