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Juicio del procés
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

“Consellers” aterrorizados

Los exmiembros del Ejecutivo de Puigdemont cesantes en julio de 2017 no mienten cuando dicen que el Govern ansiaba pactar un referéndum

Declaración de Jordi Jané, exconseller de Interior de la Generalitat, este martes en el Tribunal Supremo.Vídeo: EFE | efe
Xavier Vidal-Folch

Un testigo no debe mentir. Podría ir al hotel rejas. Pero si dice toda la verdad, se arriesga a quedar fatal. Y a perjudicar a sus antiguos amigos, los reos.

Para superar ese trance se inventó la restricción mental, en la que destacó la orden religiosa más hábil, los jesuitas. Describe la realidad pero enfoca lo que conviene y pone sordina a lo que daña. Recita en público la coartada y en voz baja los hechos. Juega a la ambivalencia. Mezcla lo clave con lo accesorio. Busca siempre quedar bien con todos.

La ideología convergente es una versión todo a cien de esa escuela del jesuitismo.

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Por eso los exconsellers de Carles Puigdemont cesantes en julio de 2017 no mienten cuando dicen que el Govern ansiaba pactar un referéndum: quería con ello arrastrar al personal y soñaba con forzarlo. Pero al tiempo presentaba el 9 de junio la ilegal ley del referéndum, primera piedra de la hereje iglesia unilateralista edificada el infausto 6 de septiembre.

Restricción mental pujolista a tope: se propugna una estrategia y se practica la contraria. Éxtasis de astucia y doble lenguaje.

Los consejeros testigos son buena gente. No buscan hundir a sus excolegas del banquillo. Por eso insisten en que el objetivo era pactar. Y que el formato unilateral era mera política o simbolismo. Así que subrayan los motivos personales de su renuncia. Cada túrmix trocea sus propios ingredientes.

¿Cuáles? Jordi Jané ya había cumplido su gran objetivo: recuperar la Junta de Seguridad, tras años de siesteo. Meritxell Ruiz hizo una “reflexión personal” sobre su futuro. A Jordi Baiget le cesó el president por “falta de confianza”: postuló un proceso participativo o elecciones en vez de un referéndum loco. Y Neus Munté estaba exhausta, su estado anímico “no era el mejor” —su padre falleció en abril—, como adujo aquí el 6 de marzo.

Pero todos ellos estaban aterrorizados. Ni siquiera porque el referéndum unilateral fuese oficial, sino porque —coincidieron— era una salida “posible”. Por eso, ay. No por más.

Estaban aterrorizados por guiar un avión suicida. Jané recibía “amenazas” tuiteras cada día. A Ruiz le angustiaba un “periodo de mayor tensión dialéctica, no me veía en eso”. Baiget quiso, sabio, conservar el patrimonio y evitar “situaciones de posible cárcel”. Munté sabía que “el escenario de referencia era el de desobediencia, con inhabilitación y multas, no lo quería para mí” (le ocurrió a Artur Mas), confesó al juez instructor, Pablo Llarena.

O sea, no mintieron. Pero hay que decodificarles anécdota y categoría: motivos y razón.

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