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Adiós a un político de Estado

El exvicepresidente del Gobierno ha dejado su impronta en los grandes acontecimientos y consensos de las últimas décadas

Alfredo Pérez Rubalcaba, en el Congreso de los Diputados en 2008. / VÍDEO: Trayectoria política de Pérez Rubalcaba.Vídeo: Uly Martín / epv
Anabel Díez

Alfredo Pérez Rubalcaba (Solares, Cantabria, 28 de julio de 1951) no ha podido superar el ictus que sufrió en la tarde del miércoles en su domicilio de Majadahonda (Madrid), donde siempre ha vivido. Ha fallecido en el Hospital Puerta de Hierro, muy cerca de su casa. Sus muchos amigos, compañeros y adversarios, del mundo de la política y de la universidad, quisieron creer que la fuerza, la voluntad y la determinación de este socialista, moderado pero de convicciones firmes, le harían superar el derrame cerebral. Velocista en su juventud pero maratoniano durante su larguísima carrera política, se le suponía imbatible; falleció ayer, al filo de las tres y media de la tarde, a los 67 años.

Su biografía está repleta de acciones de la máxima trascendencia, pero que en múltiples casos se mantienen en el capítulo de la discreción e incluso como información reservada. Tanto en la oposición como en los Gobiernos que encabezaron Felipe González y José Luis Rodríguez Zapatero —y también como secretario general del PSOE, cargo que ocupó casi 30 meses, entre 2012 y 2014— participó en decisiones clave de la política española y fue un muñidor de grandes consensos en asuntos troncales. El final de ETA, la cuestión territorial o la abdicación de Juan Carlos I llevarán siempre el sello de los desvelos y del sentido de Estado de Rubalcaba. “Ser el ministro del Interior que acaba con ETA, eso vale toda una vida”, dijo hace unos meses en una entrevista.

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Tal era su fortaleza que se permitía dejar traslucir sus debilidades. Así fue desde que en 1974 se afilió al PSOE y comenzó su andadura en la política, su pasión con mayúsculas. Hijo de Dolores Rubalcaba y Alfredo Pérez Vega, piloto de Iberia, estudió en el colegio del Pilar de Madrid, como la mayor parte de las élites de su generación. Doctor en Químicas, fue campeón universitario de los 100 metros lisos con una plusmarca por debajo de los 11 segundos. Pero su carrera política fue más la de un corredor de fondo.

Sus comienzos en 1982 como cargo en el Gobierno de Felipe González marcaron su obsesión por la mejora del sistema educativo, hasta llegar a ser ministro de esa cartera entre 1992 y 1993. En ese último año empieza una etapa de enorme dificultad para los socialistas: González le nombra entonces ministro de la Presidencia, cargo que ocupa hasta 1996, cuando los socialistas pierden las generales tras casi 14 años en el Gobierno. Fue portavoz en las postrimerías del felipismo, entre crisis políticas como la del terrorismo de Estado de los GAL —que él siempre negó— y reiteradas acusaciones de corrupción. Desde finales de los noventa hasta que abandonó la primera línea de la política en 2014, Rubalcaba es diputado nacional y miembro de la ejecutiva de partido.

En la pugna por la secretaría general del PSOE en 2000 apoya a José Bono, finalmente derrotado por José Luis Rodríguez Zapatero. Y aun así, poco a poco el ganador empieza a contar con él, hasta hacerse imprescindible para el nuevo líder. En esa época ejerce como látigo contra los Gobiernos del PP: Rubalcaba pertenecía al equipo de Zapatero cuando se producen los atentados yihadistas del 11-M de 2004, tres días antes de las elecciones. La jornada de reflexión, critica duramente al Gobierno de José María Aznar por mantener que ETA era la autora del mayor atentado de la historia de España. “Los españoles se merecen un Gobierno que no les mienta”, enfatiza Rubalcaba en aquel momento, una frase que los populares le reprocharon durante años. Jamás admitió la acusación de haber incitado entonces a los ciudadanos a concentrarse a las puertas de la sede del PP. En privado ironizaba: “Mal estaría el PSOE si solo fuera capaz de movilizar a 300 personas”.

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Ya con Zapatero como presidente, es nombrado portavoz socialista en el Congreso y en 2006 sustituye a José Antonio Alonso en Interior. Tras la salida del Ejecutivo, en 2010, de María Teresa Fernández de la Vega, Rubalcaba será vicepresidente y portavoz, pero sin dejar esa cartera. En Interior pilotó el final de ETA, conjugando la lucha policial con la voluntad de diálogo sin hacer concesiones a la banda. Tras dos treguas fallidas y múltiples conversaciones con los terroristas —en las que nunca participó, pero sí impulsó—, llegó el cese definitivo de ETA en 2011, tal vez la cumbre de su carrera política.

Por aquel entonces ya es insustituible en la cúpula socialista: se le considera el autor intelectual de la reforma de la Constitución para limitar el déficit, en la fase más aguda de la Gran Recesión. Zapatero renuncia a presentarse a las generales de noviembre de 2011 y el comité federal del PSOE nombra a Rubalcaba candidato. En plena crisis económica, y tras las duras medidas adoptadas por los socialistas, la encomienda resulta muy difícil y se traduce en 110 escaños, entonces el peor resultado del partido. Pero él está dispuesto a seguir adelante y aspira a liderar el PSOE: lo consigue en febrero de 2012, frente a Carme Chacón, por 22 votos.

Al frente de los socialistas, pidió solemnemente al entonces presidente Mariano Rajoy que dimitiera por los casos de corrupción en el PP. Aun así, la relación entre ambos fue de máximo respeto, con múltiples conversaciones a solas en las que la situación de Cataluña era el asunto principal. El político socialista se alarmaba por el auge del independentismo y el hecho de que el Estado no opusiera ni un relato ni un proyecto. Defendía una propuesta territorial que pasaba por la reforma de la Constitución y del Estatuto.

La abdicación del Rey

No esperó a presentarse a unas segundas elecciones. En mayo de 2014, tras los pésimos resultados en las europeas, renunció a la secretaría general. Cundió la extrañeza al no plasmarse la dimisión de inmediato: esperó hasta el 26 de junio, mes y medio después de anunciarlo. ¿Por qué? Rubalcaba estaba en el secreto de que Juan Carlos I iba a abdicar y aceptó esperar a que la sucesión del Rey se produjera sin sobresaltos. Y volvió a la Universidad, pero mantuvo el contacto constante con barones del partido y miembros de su ejecutiva. No ocultó su apoyo a Susana Díaz frente a Pedro Sánchez. Pero, como ocurrió con Bono, el ganador de las primarias socialistas quiso tenerle cerca: Sánchez le ofreció aspirar a la alcaldía de Madrid. Él rechazó la oferta.

La emotividad que ha despertado su muerte es la misma que él mostró numerosas veces al fallecer amigos y compañeros. En los últimos meses, no faltó al homenaje a dos periodistas fallecidos repentinamente: Gonzalo López Alba y Montse Oliva. Siempre le atrajo el mundo de la prensa, al que pudo acercarse más mientras fue miembro del Consejo Editorial de EL PAÍS, entre septiembre de 2016 y julio de 2018.

Su esposa, Pilar Goya, era su referencia, como su amigo y casi hermano Jaime Lissavetzky. “En España enterramos muy bien”, dijo con ironía tras su dimisión en 2014. Los cientos de personas con las que ha tratado en todos estos años le despiden ahora con dolor y admiración. En ellos deja una huella personal no menor que la que ha dejado en la España democrática. Se cuenta que en una reunión a puerta cerrada del PSOE, hace años, una frase del presidente extremeño Guillermo Fernández-Vara fue recibida con una ovación: “Nos iremos todos, vendrán otros y nos sustituirán, pero quedará Alfredo Pérez Rubalcaba”.

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Sobre la firma

Anabel Díez
Es informadora política y parlamentaria en EL PAÍS desde hace tres décadas, con un paso previo en Radio El País. Es premio Carandell y Josefina Carabias a la cronista parlamentaria que otorgan el Senado y el Congreso, respectivamente. Es presidenta de Asociación de Periodistas Parlamentarios (APP).

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