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La herencia económica de Mauricio Macri, una pesada carga para Alberto Fernández

Los datos muestran que los argentinos son más pobres, deben más dinero y tienen más problemas de empleo que hace cuatro años

Macri, con su esposa Juliana Awada; y Fernández, con su pareja, Fabiola Yáñez, el domingo en Buenos Aires. En vídeo: 'El presidente de la desilusión'.Vídeo: ESTEBAN COLLAZO (REUTERS) / EPV
Federico Rivas Molina
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El balance económico de los cuatro años de Gobierno de Mauricio Macri no es bueno. Desde diciembre de 2015, el peso se ha derrumbado frente al dólar, la deuda externa se multiplicado, la actividad económica ha caído, la inflación se ha disparado y la pobreza y el desempleo han crecido. La crisis económica fue clave en la derrota electoral del macrismo y el regreso del peronismo al poder en las elecciones del pasado 27 de octubre. Alberto Fernández, vencedor de aquel pulso en primera vuelta, deberá lidiar con una economía que lleva dos años en recesión y con la obligación de renegociar los términos de una deuda que se ha vuelto impagable en los plazos acordados por el Ejecutivo saliente. En un optimista balance de gestión, Macri insistió en rescatar los puntos positivos de su legado: un déficit bajo control, estadísticas fiables, una bajada de la presión tributaria y un tipo de cambio competitivo.

Las cifras de la economía macrista sufren aún más por la distancia entre las expectativas y los hechos. En la campaña electoral que le llevó al poder en 2015, el hoy presidente saliente hizo bandera de su promesa de “pobreza cero” y se mostró convencido de que bajar la inflación era "la cosa más fácil del mundo". Llegó a decir, incluso, que la subida de precios era evidencia de los errores de un Gobierno y que bastaría con el shock de confianza que provocaría su presencia en la Casa Rosada para recibir "una lluvia de dólares" en inversiones. Nada de eso pasó: Macri heredó un PIB de 643.000 millones dólares y entregará uno de 450.000 millones. La actividad económica ha sufrido un recorte del 4,5% en cuatro años, con un solo ejercicio de cuatro en positivo (2017). El brazo de Naciones Unidas para el desarrollo regional (Cepal) prevé una caída del 3% este año. La pérdida del valor del peso refleja parte del derrumbe: si en diciembre de 2015 un dólar se cambiaba por 13,4 unidades, hoy son 63: una cifra inimaginable en el resto de América Latina salvo en el sempiterno caso de excepción en el que se ha convertido Venezuela.

La acción conjunta de recesión e inflación —este año el IPC acumulará una subida superior al 55%— disparó los índices de pobreza y desempleo. El porcentaje de población por debajo del umbral de carestía pasó del 29% de mediados de 2015 al 40,8% de junio pasado —la más alta desde la crisis de 2001— según los datos estimados por la Universidad Católica, la estadística que se tomó por válida cuando fue evidente que el kirchnerismo maquillaba los números considerados incómodos. Según ese mismo centro educativo, seis de cada 10 menores de 18 años viven en hogares pobres, en un contexto en el que el desempleo saltó de 7,6% en 2016 a 10,6%.

Los problemas económicos fueron "una mezcla de mala suerte, impericia y herencia", dice Eduardo Fracchia, director del área de Economía de IAE Business School-Universidad Austral. "La herencia fue delicada por el déficit de 7% del PIB que dejó el kirchnerismo, además de estadísticas falsas, control de cambios, inflación retenida y tarifas congeladas durante 12 años. Era un combo que no llego a crisis, pero el contexto era difícil. Y el Gobierno subestimó el problema y sobreestimó la capacidad del equipo", agrega. La mala suerte, dice, tuvo que ver con la guerra comercial entre EE UU y China, que complicó el financiamiento de los países emergentes, y la impericia con la decisión de Macri de asumir él mismo las decisiones de la política económica. "Optó por un ajuste gradual de la economía y al final tuvo que hacer un duro ajuste. Ellos le tenían miedo a la rebelión popular, pero este fue un Gobierno de cero conflictos. Lo sorprendente fue que la rebelión fue de Wall Street y los mercados. Nunca logró que el sector empresarial lo acompañase".

El "gradualismo", como el presidente saliente se refirió a la decisión de ajustar poco a poco las cuentas para acomodar el déficit fiscal, se financió con endeudamiento externo. El nuevo Ejecutivo recibía las palmadas de aliento de los mercados, entusiasmados con la confianza que les transmitía un presidente empresario y abiertamente liberal. Pero no llegaron inversiones productivas, sino muchos miles de millones de dólares para la compra de bonos del Estado. El grifo se cerró repentinamente el año pasado, cuando el entusiasmo trocó en miedo y los dueños del dinero decidieron huir hacia sitios más seguros. Argentina pidió entonces un rescate al Fondo Monetario Internacional (FMI) y recibió 57.000 millones de dólares, una suma sin precedentes históricos.

El problema es que ahora también el Fondo ha abandonado a Buenos Aires, en un momento en el que la deuda externa contraída por Macri ronda el 90% del PIB. "Hoy tenemos una espada de Damocles sobre la cabeza: cada vez que vence un bono hay que sacar de las reservas del Banco Central, que están en alrededor de 13.000 millones de dólares. Pero ese dinero no alcanza para los 25.000 millones que vencen el año que viene", advierte el director de la consultora Ecolatina, Lorenzo Sigaut Gravina.

Resolver la cuestión de la deuda será la prioridad del nuevo Gobierno. En una larga entrevista radial en la víspera del traspaso, Fernández describió un panorama sombrío de lo que espera a los argentinos. "Los mercados vieron que el Estado nacional no puede pagar en tiempo y forma, y el riesgo de default es muy alto", advirtió. "Estamos con la soga al cuello", coincide Sigaut Gravina. "porque si no resolvés la deuda en el primer semestre entrás en default [impago]". La economista Mercedes D’Alessandro también reconoce la importancia del problema de la deuda externa, pero advierte de que no debe ocultar otro que considera más grave: el de la deuda social. "El endeudamiento con los organismos se va a negociar, alguna cosa habrá. La cuestión es en qué condiciones se negocia y qué libertad te queda para políticas públicas que mejoren las variables sociales después de esta catástrofe", subraya. "Uno siempre tiene a mirar los números, pero tenés tejidos productivos que se deterioraron mucho y eso hace perder capital humano, acumular deudas, cerrar pequeñas empresas, despidos. Es un deterioro que no está a simple vista, pero es un problema que surgirá a mediano plazo". Recomponer ese tejido es el gran desafío del nuevo Gobierno.

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Federico Rivas Molina
Es corresponsal de EL PAÍS en Argentina desde 2016. Fue editor de la edición América. Es licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad de Buenos Aires y máster en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona.

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