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OPINIÓN
Columna
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No, no es por el SMI

Hay elegir entre una agricultura con trabajadores que cuiden el medio ambiente y aporten riqueza social y económica al medio rural o una de grandes empresas que solo buscan beneficio económico propio

Agricultores y ganaderos de Castilla-La Mancha protestan por los bajos precios de sus productos, este martes, en Toledo.
Agricultores y ganaderos de Castilla-La Mancha protestan por los bajos precios de sus productos, este martes, en Toledo. Ismael Herrero (EFE)

Imagínense que al comprar un coche alguna marca lo ofreciera sin cinturón de seguridad, sin airbag y sin apenas pruebas de seguridad porque no estas fueran obligatorias en el país de fabricación… Y además fueran mucho más baratos por los bajos costes de producción… Impensable, ¿no?

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Pues eso pasa con los alimentos. En Europa, los agricultores producimos como los consumidores nos demandan, con los mayores estándares de calidad, bienestar animal, trazabilidad y respeto al medio ambiente. Pero luego tenemos que competir de tú a tú con productos de todo el mundo que ni de lejos se acercan a nuestros estándares de calidad, alimentos con sustancias químicas prohibidas hace años en la UE o con una huella climática terrible… Doble rasero.

Los agricultores no protestamos por la subida del salario mínimo interprofesional, protestamos porque, en alimentación, la UE tiene una política incoherente que nos asfixia. Se nos obliga a producir el alimento más caro del mundo para tener que venderlo compitiendo con los precios de los alimentos más baratos, sin haber formado al consumidor ni tener un etiquetado claro. El resultado es que tenemos el sector económico con la renta más baja de la UE.

Pero nuestra desesperación tiene más motivos. Probablemente asocien PAC a subvenciones… Pero la PAC es mucho más: es el conjunto de políticas que, junto a la desequilibrada ley de la cadena alimentaria, regulan la producción, comercialización y distribución de los alimentos. Estas regulaciones están diseñadas en unos casos con poca dosis de realidad y en otros para favorecer a grandes capitales y distribuidoras. Dos ejemplos. El primero es el diseño español de apoyo directo, que se centra, en el mejor de los casos, en lo que cada agricultor hacía hace 20 años… Una política pública que en vez de apoyar los proyectos de presente y futuro, apoya los de pasado sin tener en cuenta la realidad. Significa que con dinero público se altera la libre competencia entre productores, incluso de un mismo territorio, que con idéntica superficie y produciendo lo mismo, perciben ayudas distintas para acceder a un mismo mercado, pudiendo comprar tierra o arrendarla el que más ayuda tiene. Y el resultado final es que solo el 9% de los perceptores de la PAC son menores de 40 años y la media está en los 60.

El segundo ejemplo es más claro: el kilo de naranjas que usted compra a 1,2 euros se paga al productor a 15 céntimos. Políticas que favorecen la especulación con la tierra, alimentos y dinero público.

No podemos deslocalizar nuestros negocios. Ni moverlos de polígono o barrio. Los tenemos en los pueblos. Territorios que arrastran décadas de políticas prourbanas que nos estrangulan con la falta de servicios, comunicaciones y oportunidades sociales, culturales, formativas, laborales y de ocio. Por eso la despoblación es un tipo de pobreza social, porque la brecha de oportunidades, sobre todo para nuestras familias, es un abismo.

Para más hartazgo, ahora se nos ataca diciendo que somos responsables del cambio climático. Es evidente que, como cualquier sector económico, tenemos parte de culpa y tenemos que corregir conductas. Pero de ahí a que seamos responsables no es justo… es demagogia. ¿Cuántos sectores actúan como sumidero de CO2, mantienen los espacios naturales y practica desde siempre la ahora llamada economía circular? Es más fácil culpar a quien no conoces y olvidar que la verdadera causa es nuestro moderno estilo de vida de comer aguacates en enero y beber agua embotellada, tener un SUV y viajar 10 veces al año en avión, o pedir un cable del móvil a la otra parte del mundo y que llegue en dos días. Los alimentos que viajan y la agricultura que deforesta es consecuencia de este consumismo.

Se nos está acorralando deliberadamente. Se juega con que vamos a resistir hasta el final (muy cerca en muchos casos), porque para nosotros la agricultura es una forma de vida. Y esta es una de esas cosas que ves su importancia cuando desaparece.

Tenemos un problema estructural que afecta directamente al sector, pero indirectamente a toda la sociedad. Es decisión de todos elegir entre una agricultura con agricultores que cuiden el medio ambiente y aporten riqueza social y económica al entorno rural o una de grandes empresas que solo buscan beneficio económico propio. Porque si algo está claro es que, mientras tengamos la costumbre de comer cada día, siempre habrá agricultura y ganadería.

Marcos Garcés es agricultor y ganadero en Bañón (Teruel) y coordinador de Juventudes Agrarias de Coag.

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