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Las vidas sacudidas en la ciudad de las tierras pedregosas

Ciudadanos de Nairobi, la capital de Kenia, cuentan cómo la pandemia de coronavirus cambió sus planes y proyectos, para bien y para mal, acostumbrados como están a vivir en una jungla de asfalto

Unos niños corren por delante de un mural que previene de los peligros de la covid-19 en Nairobi, Kenia, el 3 de junio de 2020.
Unos niños corren por delante de un mural que previene de los peligros de la covid-19 en Nairobi, Kenia, el 3 de junio de 2020. Brian Inganga (AP Photo)

Nairobi, capital de Kenia, es conocida en el país como shamba la mawe, "tierras pedregosas" en suajili debido a la dureza de sus condiciones de vida. Los atascos sin fin, los astutos carteristas, la irregularidad del suministro de agua y la regularidad de los cortes del suministro eléctrico han curtido a sus habitantes a la hora de aguzar su ingenio ante cualquier situación. Sin embargo, nada podía prepararlos para el ataque de un virus.

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Lo que en noviembre de 2019 parecía un problema de China cuando la desconocida covid-19 asomó su fea cabeza en Wuhan, en la provincia de Hubei, poco a poco fue propagándose por el planeta y se convirtió en una pandemia global. Kenia informó de su primer caso el 13 de marzo de 2020.

El día 15 del mismo mes, el Gobierno keniano emprendió acciones para intentar detener o frenar la transmisión imparable del virus. El presidente Uhuru Kenyatta anunció el cierre de todos los colegios y universidades. El 22, Mutahi Kagwe, secretario del Gabinete de Sanidad, prohibió los vuelos internacionales de entrada y salida del país, excepto los de transporte de mercancías, e informó del establecimiento de una cuarentena obligatoria de 14 días para todos los viajeros que llegasen de fuera y para quienes pudiesen haber estado en contacto con ellos. El 27 de marzo se tomaron medidas sanitarias adicionales, se restringieron los desplazamientos dentro del país, se recomendó trabajar desde casa, se suspendieron las concentraciones públicas, se anunció el toque de queda desde las siete de la tarde hasta las cinco de la mañana, y se anunció el uso obligatorio de mascarillas en los espacios públicos.

Hemos hablado con los habitantes de Nairobi sobre su experiencia con la covid-19, y esto es lo que nos han contado. "Mis amigos y yo habíamos planeado cinco días y cuatro noches de vacaciones en la costa para mediados de mayo, pero claro, con la pandemia, tuvimos que posponerlo sin fecha", se lamenta Beth Wangari.

Según Wangari, que trabaja en un despacho de abogados, la oficina está cerrada desde el 20 de abril, y ella solo cobra la mitad del sueldo. La pandemia le ha proporcionado la pausa perfecta que necesitaba para reflexionar sobre su vida, así como para aumentar sus ingresos extra. "Hago transcripciones por Internet que me llegan de Estados Unidos. Cada vez hay menos trabajo, y por la noche tengo que esperar pacientemente a que llegue un encargo. Es triste ver morir a la gente y no poder hacer nada para salvarla. Como las empresas tienen pérdidas, están reduciendo los puestos de trabajo", añade.

Cuando esto se acabe, dejaré mi trabajo. Ya es hora de hacer algo que me guste

Beth Wangari

También piensa que las personas sociables son las que lo pasan peor, porque disfrutan estando en compañía, mientras que la pandemia ha impuesto el aislamiento. "Estar recluido en casa solo durante mucho tiempo puede ser deprimente. Yo soy introvertida y disfruto estando sola. Eso es bueno para mi productividad porque estoy más relajada".

Wangari cree que está haciendo todo lo que está en su mano para evitar contagiarse. Se queda en casa todo el día a no ser que tenga que ir a comprar comida y leche fresca. "Cuando salgo, me llevo la mascarilla y el gel desinfectante. Evito los mercados llenos de gente, y cuando vuelvo a casa, me lavo cuidadosamente las manos y lavo también la ropa. Echo de menos a mis padres, pero hay toque de queda, así que no puedo ir a verlos", lamenta.

"Cuando esto se acabe, dejaré mi trabajo. Ya es hora de hacer algo que me guste. Quiero arriesgarme y explorar el mundo", concluye.

Kangara Maina es padre de dos hijos. Trabaja como técnico electrónico y electricista. La covid-19 ha afectado a mucha gente, explica. "Yo trabajo la mayor parte del tiempo en casa de mis clientes, y muchos han anulado las citas que teníamos concertadas por miedo al contagio. Tengo que tranquilizarlos continuamente diciéndoles que pongo el máximo cuidado y que voy a todas partes con el gel desinfectante y la mascarilla", añade.

Maina evita los lugares concurridos y desplazarse a la ciudad. No puede salir a dar una vuelta con sus hijos y sus amigos como antes de la pandemia. "La verdad es que esta pandemia va a cambiar a mucha gente. Las familias se harán más fuertes o se romperán, porque el confinamiento y el cierre de los locales de ocio los obliga a pasar más tiempo juntos", reflexiona.

Las familias se harán más fuertes o se romperán

Kangara Maina

Encuentra muy triste que el virus acabe con tantas vidas. "Espero que todo acabe pronto y que encontremos una vacuna. Mucha gente lo está pasando mal económicamente debido a que tiene menos ingresos y a los despidos. Pero aprenderemos nuevas maneras de sobrevivir con pocos o ningún ingreso". "Los trabajos por Internet y de distribución son la nueva esperanza de mucha gente que quiere complementar sus ingresos", afirma.

Maina concluye diciendo que, como el mundo va más despacio, ha tenido que pagar precios más altos por los materiales que necesita para reparar los aparatos electrónicos. "La mayor parte de mis materiales vienen de China. Muchas de las tiendas que los vendían han cerrado o han subido el precio de los pocos que les quedan", explica.

El último informe de actualización económica del Banco Mundial para Kenia (KEU) prevé un crecimiento del 1,5% para 2020 como escenario de referencia, y un posible escenario pesimista con una contracción de hasta el 1% si las perturbaciones de la actividad económica relacionadas con la covid-19 se prolongan mucho tiempo. En el informe, Felipe Jaramillo, presidente del Banco Mundial para Kenia, afirma que reconocen que el país tiene que buscar el equilibrio entre reducir la propagación del virus y amortiguar los efectos económicos negativos de la covid-19 para los kenianos, en particular los que trabajan en la economía sumergida y los jóvenes, que representan el 70% de la población. En colaboración con otros socios comprometidos con el desarrollo, están prestando apoyo al Gobierno keniano con financiación y asesoramiento técnico a fin de mejorar la capacidad de sus sistemas de salud para contener la propagación de la covid-19.

Para Silvanus Kyalo, que vende seguros, las cosas han cambiado de manera radical. Su trabajo consiste principalmente en hablar con la gente para demostrarle la importancia de contratar un seguro. "La covid-19 ha provocado un parón en mi trabajo mientras la gente cumple con las normas del Gobierno. Muchos de mis posibles clientes no quieren reunirse en su despacho con personas ajenas, así que en los últimos dos meses más o menos no he vendido nada. La pandemia me ha dejado parado", se queja.

Silvanus Kyalo, vendedor de seguros, en los alrededores de su barrio, en Nairobi.
Silvanus Kyalo, vendedor de seguros, en los alrededores de su barrio, en Nairobi.Rahab Gakuru

"Actualmente no trabajo, y como solo cobramos las comisiones, me he quedado sin ingresos. Lo único que pido es que todo esto pase pronto y que después seamos mejores personas. Utilizo mis ahorros para arreglármelas mientras voy haciendo todos los trabajos ocasionales que me salen", cuenta.

En su opinión, lo único bueno de la covid-19 es que le ha dado tiempo para reflexionar sobre su trabajo. Ahora sabe que una pandemia puede acabar con su fuente de ingresos, y al darse cuenta de que esta no puede mantenerlo en momentos críticos, ha hecho los ajustes necesarios.

Kyalo es creyente, y está deseando volver a los encuentros en la iglesia que el Gobierno ha suspendido. "La Iglesia debería abrir brecha y rogar por la curación en todo el mundo. Como iglesia, tenemos las respuestas que el mundo busca. Sin embargo, en el cristianismo, obedecer al Gobierno es una obligación, así que sigo al pie de la letra sus instrucciones, no voy a reuniones, y solo salgo cuando es imprescindible, con mascarilla y desinfectándome siempre que puedo. He tenido que cancelar mis planes de visitar a mis padres en el campo", cuenta.

"Creo que, cuando esto acabe, todo el país tendrá una perspectiva de la vida totalmente diferente", afirma. "Irá menos gente a las bodas y a los funerales, y nos daremos menos apretones de manos. Mucha gente tomará decisiones trascendentales relacionadas con su vida profesional, social y económica", añade. También cree que esta situación servirá de aprendizaje al Gobierno sobre cómo gestionar futuras crisis con rapidez.

La importancia de la religión

La religión desempeña un papel importante en la vida cotidiana de la comunidad keniana. Según de qué credo se trate, cada día de la semana hay encuentros de culto, para rezar y para predicar. Alrededor del 70% de los kenianos son cristianos (38% protestantes y 28%, católicos); más o menos el 25% practica religiones indígenas, y el 6% son musulmanes. En la comunidad asiática hay hindúes, sijs, parsis y bahaíes. Las instituciones religiosas se esfuerzan por encontrar la manera de llegar eficazmente a su feligresía y mantener la congregación estrechamente unida.

Sheila Karimi, coordinadora de la escuela dominical de la Iglesia de la Familia de los Santos de Nairobi, ha buscado nuevas maneras de enfrentarse a los desafíos que plantea la covid-19. "Es una época difícil para los maestros de la escuela dominical porque no podemos reunirnos como Iglesia a leer, cantar y divertirnos. Hemos tenido que suspender la formación bíblica para nuestros niños e idear otras maneras de llegar a los alumnos dominicales a través de servicios de Internet, como los vídeos en YouTube", cuenta.

Sheila Karimi (tercera por la izquierda) participa en una actividad dominical del colegio que consiste en grabar un vídeo para YouTube con los alumnos.
Sheila Karimi (tercera por la izquierda) participa en una actividad dominical del colegio que consiste en grabar un vídeo para YouTube con los alumnos.Rahab Gakuru

La maestra explica que enseñar a niños pequeños sin estar presente físicamente es una tarea difícil. Han tenido que investigar mucho en la red y consultar otros recursos para preparar una pequeña clase dominical con sentido y atractiva. Por primera vez se han dado cuenta de que pueden utilizar un canal de YouTube para enseñar la palabra de Dios. Hay millones de vídeos de sermones para adultos en Internet, pero para niños y preadolescentes es demasiado complicado. "La Biblia dice que la palabra de Dios es vida. Les transmitimos la esperanza de que estos tiempos difíciles pasarán pronto. No hay esperanza sin Dios", sentencia. "Creo que, para cuando haya acabado la pandemia de covid-19, la gente habrá evolucionado. Las cosas nunca volverán a ser iguales".

Karimi, que también es profesora de instituto, ha investigado cómo dar clases buenas clases por Internet, lo cual ha aportado profundidad a la preparación de clases como las demostraciones. "Es increíble la cantidad de recursos docentes que hay en Internet", se asombra.

Según ella, será interesante ver cómo afecta a los alumnos el aprendizaje sin supervisión. El mayor problema será la desigualdad entre aquellos que se pueden permitir tener Internet y acceder a él, y los que no pueden permitirse tenerlo o acceder siquiera a la Red.

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