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Eliud Kipchoge acelera hasta la inmortalidad de Abebe Bikila

El plusmarquista mundial keniano repite triunfo olímpico en la sofocante Sapporo e iguala el doblete del atleta de los pies descalzos

Eliud Kipchoge cruza la meta el primero en la final de maratón.
Eliud Kipchoge cruza la meta el primero en la final de maratón.Shuji Kajiyama (AP)
Carlos Arribas

En Tokio diluvia y la bruma cubre la bahía y el puente esbelto, y solo dos luces intermitentes permiten adivinar que sigue ahí, que no ha sido engullido por las nubes que chorrean agua, y los maratonianos en Sapporo, en las montañas, más de 1.000 kilómetros más al norte, querrían quizás esas nubes, sin agua, pero nubes, para calmar el sol que ya quema sus espaldas y sus cogotes que sudan sin cesar a las siete de la mañana (26 grados, 80% de humedad), y se ponen gorras y buscan la sombra de los árboles abrasados cuando decide actuar el director de escena, el atleta que decide quién interviene, cuándo, quién hará la introducción de su número estelar.

El maratón llega a su kilómetro 30, al muro de los 90 minutos, a la barrera que señala a los elegidos. Eliud Kipchoge acelera. Comienza el espectáculo hermoso para la mirada de los aficionados, ávidos, felices, a los que sacia el keniano sobre sus altas zapatillas, sus Vaporfly de tanta suela, que no las calza, seguro, para correr más rápido, más descansado, sino para realzar la estética de su paso amplio, la espalda recta, inmóvil, elegante; su talla atlética, ya alta. Son sus Nike con las que bajó de dos horas en un gran espectáculo en Viena el 12 de octubre de 2019, antes de la pandemia (registro no oficial), los altos coturnos de los actores de las tragedias de la Grecia clásica, la altura que los convierte en héroes inalcanzables y errados a los ojos de los aterrados espectadores, y la catarsis. Y Kipchoge corre solo, como corren los héroes que se enfrentan a su destino para dominarlo o sucumbir. Para someterse. Para someter a los demás combatientes.

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Para alcanzar la inmortalidad, que en maratón significa llegar hasta donde llegó el dios Abebe Bikila, el soldado del ejército del Negus que ganó descalzo el oro en Roma 1960 y luego, cuatro años más, en Tokio 1964, repitió victoria, ya con zapatillas, unas Tiger de Onitsuka, y volvió a batir el récord del mundo (2h 12m 11s). Gana Kipchoge (2h 8m 38s, y nunca, fueran cuales fueran las condiciones, Kipchoge, que robó a Gebrselassie y Bekele la llama eterna del maratón que Etiopía custodiaba, el keniano ha terminado los 42,195 kilómetros por encima de las 2h 10m), gana como ganó en Río 2016 el día que estrenó las Vaporfly, las primeras zapatillas atómicas de la historia. Solo un tercer atleta, el alemán del Este y las patillas floridas Waldemar Cierpinski, ha ganado dos maratones olímpicos. Cierpinski lo hizo en Montreal 1976 y Moscú 1980, dos ediciones marcadas por el boicot de numerosos países africanos.

En Sapporo, detrás de Kipchoge, Abdi Nageeye y Bashir Abdi, acogidos en Europa, a mediados de los años noventa, niños refugiados de la guerra y el hambre de Somalia, como lo es el medallista de 5.000m, el canadiense Mo Ahmed, como el gran británico Mo Farah. Nageeye, neerlandés, y Abdi, belga, y el 1 de marzo batió en Tokio el récord de su país (2h 4m 49s) siguen siendo los niños que se ayudan en un mundo ajeno y duro, y se animan y se confortan, y superan a Lawrence Cherono, el keniano de su grupo que persigue al inalcanzable Kipchoge, y se llevan la plata (2h 9m 58s) y el bronce (2h 10m).

Quinto (2h 10m 16s) llega el primer español, Ayad Lamdassen, y su puesto, tan valioso, llena un pequeño hueco en el historial, el que existe entre los cuartos y sextos puestos de Martín Fiz en Atlanta 1996 y Sídney 2000, el único español que había acabado entre los ocho primeros en maratones olímpicos.

En 2002, cuando tenía 19 años, Ayad Lamdassem (Sidi Ifni, 11 de octubre de 1981, la ciudad marroquí en la que en el pasado colonial franquista se condenaba a la mili a la juventud española), era uno de los mejores atletas júnior de Marruecos. Formaba parte de la selección magrebí que participaba en un campeonato universitario en Santiago de Compostela, y del albergue en el que dormían se escapó una noche y se fue a Lleida, donde se quedó a vivir. En la ciudad catalana le ayudó a establecerse Antonio Cánovas, su entrenador desde siempre. Como maratoniano, Cánovas, policía nacional jubilado, de 72 años, había ganado el maratón de Madrid en 1986.

Casado y con tres hijos, en una carrera larga y plena de altibajos, los de Tokio son sus terceros Juegos (participó en el 10.000m de Pekín 2008 y Londres 2012; se retiró de los maratones de los Mundiales de Moscú y Londres). Lamdassem, que cuenta con la nacionalidad española desde 2007 y corre para el club Bikila, vive una segunda juventud. Ya cumplidos los 39 años, en diciembre pasado batió en el maratón de Valencia (2h 6m 35s) el récord de España que poseía el toledano Julio Rey. Después se preparó para los Juegos con concentraciones en los Pirineos de Font Romeu y en la zona levantina española, de calor y humedad, enemigos del corredor a los que, como demostró en Sapporo, se adaptó tan bien como los mejores.

Kipchoge ya llega a Sapporo como plusmarquista mundial (2h 1m 38s), y la temperatura sigue subiendo, y a las nueve de la mañana, cuando ya se acerca al final, alcanza los 28 grados, y más de una decena de competidores sufre, se desvanece, se retira, o se cae, como el segoviano Javi Guerra, que termina 33º (2h 16m 42s) o luchan para no desintegrarse, como el granjero de Almazán Dani Mateo, que pudo con el calor de la Doha de medianoche hace dos años, y sucumbe en Japón (21º, 2h 15m 21s).

Terminada la maratón de su victoria, Kipchoge, doblemente coronado de olivo, puede contar con satisfacción su historial, sus 13 victorias en 15 maratones desde que saltó a la carretera y a la distancia en 2013, a los 28 años, y puede, porque tiene derecho, y el poder para hacerse escuchar, lanzar su mensaje al mundo, que lo escucha. No habla de él, claro. “Conseguir esta victoria fue todo menos fácil. Terminar la carrera fue duro para todos”, dice el atleta nandi de Kapsisiywa, de 36 años, entrenado por el gran Patrick Sang. “Tokio 2020 se ha celebrado, lo que quiere decir que hay esperanza. Significa que estamos en el buen camino hacia la normalidad. La covid-19 pasará. Este es el significado de los Juegos”.

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Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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