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Bill Cosby, la caída del mito del padre perfecto

La leyenda se resquebraja. El actor estaba en la promoción de su biografía ensalzadora cuando una quincena de mujeres le han acusado de violación

Gregorio Belinchón
Bill Cosby, en 1990, durante la grabación del ‘show’ que le dio la fama.
Bill Cosby, en 1990, durante la grabación del ‘show’ que le dio la fama. Joe Mcnally (Getty Images)

La NBC ha cancelado la preproducción del show que iba a devolverle al prime time con otra comedia familiar (ya como abuelo veterano). Netflix ha pospuesto un especial sobre su humor previsto para la semana que viene. TV Land ha anulado la reemisión del mítico El show de Bill Cosby. Sendas apariciones televisivas para promocionar su biografía, Cosby: His life and times, en el programa de David Letterman y en el canal de Oprah Winfrey se cancelaron. Definitivamente, Bill Cosby es un ídolo caído.

Ayer ya había una quincena de mujeres que acusaban al cómico estadounidense, uno de los hombres más queridos en su país y parte de Occidente gracias a la imagen de padre ideal que destilaba su serie El show de Bill Cosby, de drogarlas y violarlas. La última, el martes, fue la exmodelo Janice Dickinson, que en una entrevista en Entertainment Tonight aseguró que Cosby abusó de ella en 1982. La mecha la prendieron en Hollywood Elsewhere la exactriz y publicista Joan Tarshis (acusándolo de agredirle sexualmente en otoño de 1969 cuando ella tenía 19 años) y la actriz y modelo Barbara Bowman que, primero en una entrevista en el The Daily Mail y después en un artículo en The Washington Post —titulado ‘Bill Cosby me violó. ¿Por qué le ha llevado 30 años a la gente creer mi historia?’—, explicó que la drogó y violó a mitad de los ochenta. Otro impulsor de estas revelaciones, el también cómico Hannibal Buress se refirió a Cosby en un monólogo en Filadelfia como un violador en serie y pidió ayuda al público para reactivar el caso. Mientras Cosby rehúsa en las entrevistas hablar del tema —en la radio pública estadounidense solo movió la cabeza para negar las acusaciones—, sus abogados solo han dado el siguiente comunicado. “Durante las pasadas semanas, viejas y refutadas acusaciones contra el señor Cosby han resurgido. El hecho de que estén siendo repetidas ahora no las hacen verdaderas”.

La mecha la ha vuelto a prender Bowman, quien ha contado en un artículo que la drogó y violó en los ochenta.

¿Por qué ahora? ¿Por qué no hace años o meses? Por tres razones: la primera es Twitter, que ha juzgado y condenado a Cosby sin que ni siquiera haya habido una investigación. “Vivimos en un mundo donde la transparencia absoluta es la norma, no la excepción”, escribe Sharon Waxman en The Wrap, que arguye que el silencio del acusado no ayuda. Y tampoco jugó a su favor que Cosby ordenara a Internet que los internautas usaran una imagen suya para crear memes con bromas amables. En la web no se ordena, se pide, como sí hizo Buress para esparcir el vídeo de su actuación.

La segunda es que, en 2006, Bowman se sumó en su denuncia a la de otra agredida, Andrea Constand, cuyos abogados tenían testimonios de otras 13 mujeres con parecidas acusaciones. Cosby lo negó todo, pero llegó a un acuerdo extrajudicial que implicaba el silencio de las demandantes. Eso acalló cualquier eco.

Y la tercera es la promoción de Cosby: His life and times (Simon & Schuster), una estupenda biografía escrita por Mark Whitaker, el primer editor afroamericano de la revista Newsweek, en la que ahonda con extrema meticulosidad —excepto en los hechos oscuros, obviados— en la vida de Cosby, hasta hace poco una figura aclamada y querida por encima de etnias o idiomas. En el prólogo Whitaker cuenta cómo es coger un vuelo con el actor, que a sus 77 años aún hizo en 2013 unas sesenta actuaciones por todo EE UU (no hace más porque no quiere, porque no repite ciudades en dos años y porque desde los años sesenta solo actúa en auditorios de 1.500 a 3.000 personas: más pequeños no dan beneficios, más grandes no se le puede ver en el escenario). La gente se empuja para hacerse fotos con Cosby, todo el mundo siente que forma parte de su familia, en el aeropuerto se ralentizan los embarques por su mera presencia. Y él accede: suele viajar solo, aunque ha estado dos décadas batallando contra un glaucoma —en muchas fotos se ve su ojo derecho con una nube— que le impedía ver claramente. Tras múltiples operaciones, ahora ve mejor, sin sombras, y puede actuar sin gafas de sol, algo que le ponía muy nervioso: sus monólogos necesitan que el público observe sus gestos faciales. En EE UU es popular por no ser un stand-up comedy, sino un sit-down: cuando empezó en un bar de Filadelfia actuaba sentado y desde entonces prefiere esa posición.

Un episodio del Show de Cosby.

La vida de Cosby ha sido complicada: nació en una familia pobre, con un padre alcohólico y una madre trabajadora y luchadora. Hijo único desde que su hermano pequeño falleció a los siete años, mal estudiante —por eso nunca memoriza sus actuaciones salvo pequeños chistes que sirven de engranaje entre monólogo y monólogo improvisados, siguiendo el consejo de su idolatrado Jonathan Winters—, el humor le salvó de una posible vida errante. Carl Reiner fue su mentor, tras ver, animado por su hijo Bob, una de sus primeras actuaciones en televisión. A partir de ahí, Cosby avanzó a pasos agigantados. Con la serie Yo espía (1965) se convirtió en el primer afroamericano en ganar el Emmy. Durante décadas ha vendido miles de discos con sus actuaciones (ha recibido nueve grammys), ha hecho decenas anuncios y series, y aún así rozó la bancarrota por un mánager corrupto. En el cine solo Bob & Carol & Ted & Alice y California suite estuvieron a su altura. Hoy su fortuna supera los 500 millones de dólares gracias a su ojo con el arte e inversiones inmobiliarias.

Su gran momento fue El show de Bill Cosby, ocho temporadas entre 1984 y 1992 en las que en pantalla casi se mimetizaba su vida: el doctor Heathcliff Huxtable tenía cuatro hijas y un hijo (como Cosby, que en enero cumplió las bodas de oro con su esposa Camille). A pesar de su éxito, Cosby no logró ni una candidatura a los Emmy. El peor —hasta estas acusaciones— fue el asesinato de su hijo Ennis en enero de 1997, al que tirotearon mientras cambiaba un neumático pinchado en la autopista 405 de Los Ángeles.

Y ahora, cuando le tocaba el último arreón artístico antes de su posible jubilación, cuando promocionaba una biografía que sacaba aún más brillo a su bonhomía, su pasado le devora. Los hechos han prescrito, pero el mito Bill Cosby se acabó. Nunca volverá a ser nuestro padre favorito.

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Sobre la firma

Gregorio Belinchón
Es redactor de la sección de Cultura, especializado en cine. En el diario trabajó antes en Babelia, El Espectador y Tentaciones. Empezó en radios locales de Madrid, y ha colaborado en diversas publicaciones cinematográficas como Cinemanía o Academia. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense y Máster en Relaciones Internacionales.

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