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El ‘Brexit’ amenaza el frágil equilibrio político (y la economía) de Irlanda del Norte

El impacto económico de la salida de la UE y las tensiones en el Gobierno norirlandés preocupan a los ciudadanos que aún tratan de olvidar el sangriento conflicto

María R. Sahuquillo

El Castillo de Invernalia está en Irlanda del Norte. También la recortada costa de la Bahía de los Esclavos o el Bosque Encantado, con sus centenarias secuoyas, en el que soldados de la Guardia de la Noche se encuentran con los caminantes blancos. Estos son algunos de los escenarios de Juego de Tronos, la producción televisiva más grande de todos los tiempos, que se rueda en la isla varios meses al año. Como muchas otras, Juego de Tronos llegó a esta pequeña nación no sólo por sus asombrosos paisajes, también alimentada por los subsidios de la Unión Europea. El viernes, cuando se conoció que Reino Unido abandonará el club comunitario, muchos en Irlanda del Norte –que votó mayoritariamente por la permanencia—temblaron. El Brexit podía significar también perder Juego de Tronos, que se ha convertido en una importantísima atracción turística y en un buen impulsor para la economía local. El escándalo fue tal, que la productora HBO, la responsable de la serie, tuvo que salir al paso para asegurar que el Brexit, al menos de momento, no dañaría la serie.

La Reina Isabel II a su llegada en tren a Belfast, este martes
La Reina Isabel II a su llegada en tren a Belfast, este martesGetty Images

Pero, ficción aparte, la desvinculación de la UE tendrá graves consecuencias para Irlanda del Norte. Las más inmediatas, para su economía, todavía frágil 18 años después del fin del conflicto armado, que entre 1968 y 1998 dejó 3.500 muertos (incluidos 1.800 civiles) La pequeña nación (1,8 millones de habitantes) es la segunda mayor receptora de fondos europeos del país: entre 2007 y 2013 percibió 490 millones de euros y tiene otros 620 millones previstos hasta 2020. Goza, además, de otros varios cientos destinados a proyectos de paz, para tratar de alejar el espíritu de los Troubles. Subvenciones que, con toda probabilidad, se esfumarán. Y a ese impacto –enorme por ejemplo para el 90% de los agricultores cuyos ingresos proceden de la UE—se suman también potenciales problemas de comercio debidos a la ruptura de los acuerdos con la UE, y una posible pérdida de atractivo para futuros inversores.

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Algo que, aliñado con la colosal división política que también allí ha desatado el referéndum, forman un caldo de cultivo gravemente desestabilizador en una nación que todavía tiene frescos los recuerdos de la violencia de hace sólo unos años, apunta Lee McGowan, profesor de Estudios Internacionales de la Queen’s University de Belfast. Las primeras tensiones ya han aflorado en el Gobierno, que comparten el Partido Democrático Unionista (DUP), que hizo campaña por el Brexit, y el Sinn Fein, que apostó por la permanencia. El que fuera brazo político del IRA, convertido ahora en partido antiausteridad, ha señalado que, como Escocia, estudia cómo bloquear la desvinculación en el Parlamento de Westminster. Además, ha reclamado ya la celebración de una consulta sobre la unificación de las dos irlandas, una opción prevista en los acuerdos de paz del Viernes Santo. Algo que la Secretaria de Estado para Irlanda del Norte se ha apresurado a negar, alegando que no hay un clamor ciudadano que lo reclame. Mientras, la presidenta norirlandesa, la unionista Arlene Foster, ha respondido que el Brexit, en realidad, supone una gran oportunidad para esa nación.

A unos kilómetros del Parlamento de Belfast, en el lado protestante y a sólo unos metros de Falls Road --la calle plagada de coloridos murales que recuerdan el conflicto--, Sean Hollys fuma un cigarrillo durante una pausa del taller mecánico en el que trabaja. El hombre, de 37 años y cabello castaño y algo ralo, se encoge de hombros al pensar en las perspectivas del Brexit. “Yo, a decir verdad no voté. Lo que tenga que ser será…”, afirma desganado. A su izquierda, en varias casas de ladrillo rojizo ondean la Union Jack y la bandera inglesa.

En el siguiente semáforo, ya en lado católico, hay colgada una enseña irlandesa, agitada por el viento y la lluvia. Allí, junto a una placa en honor a la resistencia nacionalista, vive Mary O’Neill. A esta ama de casa de 56 años, que carga con un buen manojo de bolsas de la compra pese a la ventisca, sí le preocupa el futuro. “Yo voté por la UE. Las perspectivas no son buenas si nos vamos. Es como una forma de volver a dividirnos. Además, dicen que van a construir una frontera con Irlanda”, dice alarmada. Tiene cuatro hijas –que le han dado ya, afirma orgullosa, seis nietos— y dos de ellas viven en Monaghan, en el vecino país, a sólo unos kilómetros de un borde que hoy es inexistente pero que hace años estaba militarizado y en el que los controles eran constantes, recuerda O’Neill. Ahora, se visitan mutuamente cada fin de semana.

Tras el Brexit, Irlanda del Norte tendrá la única frontera terrestre con un país comunitario. Un borde de 500 kilómetros que, en un punto u otro, cruzan miles de personas cada día para ir a trabajar, hacer gestiones o visitar a sus familiares. En tren, de Belfast a Dublín apenas hay un par de horas. La ruta hace parada en Newry, el último pueblo norirlandés, y sigue hasta Dundalk, ya en la vecina del sur. Entre ambas no hay un solo control. Ni una señal. Nada. A bordo del vehículo, Paul Kelly, un consultor de nuevas tecnologías de 32 años que vive en Dublín, cuenta que viaja al menos tres veces a la semana a la capital norirlandesa para ver a clientes. A su lado, Sarah Philips, de 19 años, explica que es de Derry pero que estudia en Dublín. Sólo Kelly recuerda la época de los puestos, los militares y las alambradas. “No querría volver a vivir nada de eso”, dice entristecido.

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“El impacto psicológico de una frontera para un país que aún se está recuperando de una fuerte división es importante. Y los problemas económicos y las tensiones políticas causan tensiones reales. No es que vaya a volver la violencia a las calles, pero todavía hay pequeños grupos disidentes que podrían aprovechar esta situación para reclutar nuevos miembros. No hay que descartar nada”, afirma el profesor McGowan.

La división está ahí. Es real. Un vistazo al mapa surgido tras el referéndum, señala el experto, lo demuestra: 11 de sus 18 distritos votaron por la permanencia (que ganó en la región por un 58%); y en los siete en los que venció el Brexit hay una mayoría de población protestante, de la que una buena parte se identifica a sí misma como “sólo británica”, según las encuestas. En la victoria del Brexit han jugado, además, un importante papel los evangélicos. El reverendo Ian Paisley, fundador del DUP y una de las voces unionistas más feroces, aseguraba que el Libro de la Revelación profetizaba que el euro sería una señal del final de los tiempos, con lo que en muchas iglesias evangélicas se ha pedido claramente el voto por el Leave.

El Brexit, advierte el líder del partido Socialdemócrata y Laborista (SDLP, nacionalista), Colum Eastwood, cambia por completo las cosas en Irlanda del Norte. El diputado afirma que aunque algunos en Londres maticen que la construcción de una frontera entre las dos irlandas no es deseable para nadie, es “irreal” pensar que todo va seguirá como hasta ahora. Sobre todo, apunta, cuando uno de los principales argumentos de la campaña por la salida de la UE ha sido, precisamente, el control fronterizo.

De momento, las administraciones irlandesas están colapsadas por las peticiones de pasaportes llegados de Irlanda del Norte ante la perspectiva de muchos ciudadanos de perder los beneficios de ser ciudadano comunitario. Cualquiera nacido en la isla tiene derecho a la nacionalidad irlandesa, también cualquiera que tenga uno de sus progenitores o abuelos irlandeses. De hecho, hasta el nieto de Paisley –cuya agrupación fue la única en su momento en oponerse a los Acuerdos del Viernes santo—ha pedido el pasaporte irlandés.

También para la vecina Irlanda, el futuro tras el Brexit se presenta inquietante. De momento, el Gobierno de Enda Kenny, aunque ha asegurado que su economía resistirá la presión, ha formado un grupo de trabajo para analizar las consecuencias de la salida de su vecino norteño y elaborar un posible plan de contingencia. Mientras, la mayoría de los expertos ven con cautela el futuro. Y es que el 34% de las exportaciones norirlandesas va al lado sur de la isla y el primer mercado para Irlanda es Reino Unido.

También los inversores, apunta Brendan McDonagh Jefe de inversiones estratégicas y mercados europeos de la IDA, la agencia de inversiones del Gobierno Irlandés, están muy atentos al diseño del nuevo acuerdo entre ambos países y han empezado a hacer consultas. McDonagh, sin embargo, afirma que Irlanda –cuya economía fue la que creció más rápido el año pasado—seguirá siendo un lugar muy deseable para los inversores.

De momento, la mayoría de los vecinos de las islas observan el futuro con cautela. A muchos les asustan los problemas económicos. Pero sobre todo, nadie quiere ver a otro tipo de guerreros y armas que no sean las espadas y arcos medievales de los actores y figurantes de Juego de Tronos.

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Sobre la firma

María R. Sahuquillo
Es jefa de la delegación de Bruselas. Antes, en Moscú, desde donde se ocupó de Rusia, Ucrania, Bielorrusia y el resto del espacio post-soviético. Sigue pendiente de la guerra en Ucrania, que ha cubierto desde el inicio. Ha desarrollado casi toda su carrera en EL PAÍS. Además de temas internacionales está especializada en igualdad y sanidad.

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