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Jorge Sampaoli, “ganar o morir”

El técnico argentino, amante del rock y devoto del Che, quiere sostener al Sevilla en el trono bajo un lema: la idea no se negocia

Sampoli, en el Camp Nou.
Sampoli, en el Camp Nou. JORGE GUERRERO (AFP)

El Sevilla es uno de los ocho equipos de la Liga que ha cambiado de entrenador. Pocos han contratado a un técnico tan singular y tan vehemente, tan convencido de cuál es el camino y tan dispuesto a no coger ningún atajo que el conjunto andaluz. Jorge Sampaoli tiene 56 años, esta a punto de ser abuelo y la valentía se le adivina en las cicatrices de la cara, los tatuajes de sus bíceps, torneados en largas horas de gimnasio, y en una actitud futbolística que le llevó el pasado miércoles al Camp Nou, con siete bajas y sin un sólo central sano, dispuesto a remontarle al equipo de Messi. Por eso, camino del Camp Nou, cuando un sevillista le gritó, “míster, ¿y hoy qué?”, Sampaoli se giró y soltó: “¿Hoy? ¡ganar o morir!” Contestó con la misma energía que cada día golpea el pecho o/y la nuca del japonés Kiyotake durante los entrenamientos con la palma de la mano — “dice que le falta carácter y así espabila”, cuentan—, con la intensidad que se devora las uñas de los dedos o vive los partidos en el banquillo —“no me gusto, parezco un entrenador de baloncesto”, asegura de sí mismo—. “Es un tipo de ley”, sostienen sus colaboradores, que apuntan que el técnico no ha tenido ni tiempo de buscar casa, por lo que aún vive en un hotel. “El Sevilla se está construyendo en torno a una idea bonita, la suya, la de Sampaoli y eso es lo que nos tiene que importar. Estamos en el camino. Llevamos un mes de entrenamientos y hay que tener paciencia”, reflexiona Monchi, director deportivo del Sevilla.

Cambio radical

Los blancos han cambiado de forma radical respecto a lo que hizo Unai Emery los últimos tres años. Hay expectación, ilusión y confianza por mucho que en el entorno y la afición se reflejan muchas dudas. “Hemos perdido dos finales de la Copa de Europa, pero hemos sido fieles a nuestra idea”, dice Sampaoli, convencido de que el equipo ha salido reforzado de las derrotas contra el Madrid y el Barcelona en las supercopas. “A los dos les pudimos hacer más daño y lo sabemos. Ojalá la gente estuviera tan segura de lo que estamos haciendo como nosotros”, sostienen en el cuerpo técnico, en el que destaca la figura de Lillo. Al donostiarra, que se pasea bebiendo mate por la ciudad deportiva y habla como si en verdad fuera argentino, lo ficharon para reforzar sistemas de trabajo posicional y de entrenamiento en la selección de chilena. Cuando se rompió el amor con Chile, Sampaoli no quiso dejarle sin trabajo. Ya saben, es de ley.

El Sevilla vendió a referentes como Krychowiak y Gameiro, mientras que abandonaron el club otros como Banega y Reyes

“No para de pedir y de pedir”, aseguran en Nervión. Ordenadores y jugadores. Lo que haga falta. De lo que pidió Emery, solo han aterrizado el japonés Kiyotake y Sarabia, del Getafe. Y le gustan. El Sevilla vendió a referentes como Krychowiak y Gameiro, mientras que abandonaron el club otros como Banega y Reyes. O Coke. Y echa de menos su casta. Además, se marcharon Immobile y Fernando Llorente. Hasta siete futbolistas han llegado con el beneplácito del entrenador: los argentinos Mercado, Kranevitter, Correa, Vietto y Franco Vázquez, el brasileño Ganso y el francés Ben Yedder. En total, el Sevilla ha realizado una inversión de 60 millones de euros en los nueve futbolistas que han llegado, mientras que se han marchado once. Es el equipo con más jugadores argentinos (seis) de todo el fútbol europeo. Todo por un paradigma.

“La idea no se negocia”, dice Sampaoli, mientras recuerda al equipo que se cuida la pelota, que se sale desde atrás, que se presiona arriba, que se es valiente porque no vale la pena vivir como cobardes. Y Sampaoli siempre fue de cara. Por eso no se esconde, lo lleva escrito en la piel, en tinta negra, en recuerdo a sus amigos presos a los que cuando pisa Buenos Aires, por poco tiempo que tenga, les lleva abrazos a la cárcel de Ezeiza. Sus bíceps hablan de las portadas de los discos de la banda Callejeros, de sus amigos. La relación entre el fútbol y el rock está institucionalizada en las hinchadas de Argentina. Y hay un grupo, por excelencia, que se metió de lleno en el corazón de las aficiones: Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota; los Redondos para todo el mundo. Y a nadie le extraña que desde cualquier tribuna de cualquier estadio cuelgue un trapo con una frase de las canciones de los Redondos. “Mi único héroe en este lío”, “La alegría por la que mi mundo gira”, “Vamos las bandas rajen del cielo” o “Mi esqueleto bajó hasta aquí”, son algunas de las letras del banda de rock de La Plata, que se pueden ver tatuadas en las banderas que lucen las hinchadas en los campos. Hoy, los Redondos ya no existen, pero su exlíder, Carlos El Indio Solari, tiene el poder de juntar a cerca de 100.000 personas para verlo tocar en un show en vivo, sin realizar ningún tipo de publicidad, solo le basta con el boca en boca entre sus seguidores.

No me gusto en el banquillo, parezco un entrenador de baloncesto Jorge Sampaoli, técnico del  Sevilla

Decía Bielsa que el éxito deforma, que ayuda a que la gente se enamore excesivamente de sí misma. Y que, en cambio, el fracaso hace que las personas sean más sólidas y las acerca a sus convicciones. En esas, dice Sampaoli. “Hay solo dos personas a las que no me gustaría conocer: al Indio Solari y al Loco Bielsa. Son tan grandes para mí, que no quiero que se me rompa el mito”, explica Sampaoli. “A mí no me cambian las derrotas, me enseñan”, sostiene a quien el Che Guevara, otro rosarino, acerca a los Biris, los sevillistas más radicales, que le emocionaron cantado el himno del Arrebato contra el Barcelona en la ida de la Supercopa de España. Le recordaron las gradas de los campos de su país, por el coro y por los trapos. Ahí estaba el comandante Guevara, de quien Sampaoli se tatuó en su brazo izquierdo una frase de otro argentino celebre, el Che Guevara: “No se vive celebrando victorias, sino superando derrotas”.

Es un paradigma, el de Sampaoli. Ganar o morir. Esta vez, en el Sánchez Pizjuán.

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