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Sergio Ramos vuela en Nápoles y clasifica al Real Madrid

Dos cabezazos del capitán rescatan a un mal conjunto blanco, que estuvo a merced de los italianos toda la primera parte. 6-2 en el global de la eliminatoria y acceso a cuartos

Ramos cabecea para marcar su primer gol en Nápoles. En el vídeo, el entrenador del Real Madrid, Zinedine Zidane.Foto: atlas | Vídeo: Andrew Medichini
José Sámano

En el cacareado infierno de Nápoles se impuso un cocodrilo: Sergio Ramos. Antes, durante todo el primer tiempo, el cuadro italiano destartaló a un Madrid chato y fuera de lugar. Insuficiente frente a dos mordidas del capitán madridista, la cabeza más distinguida de Europa, la más reconocible y puntual. Enganchado a los dos vuelos de Ramos respiró el grupo de Zidane. Tuvo a Ramos, no fútbol, pero pudo pasar un segundo tramo sosegado tras haberse visto en el cuarto oscuro.

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Mientras Ramos esperaba pista para el despegue, el Nápoles, un equipo descamisado que asume toda ventura defensiva, tuvo al Madrid en el alambre. A un Madrid incapaz de dar con la tecla adecuada. De entrada, fue un equipo faldicorto, impaciente para tocar y sacudirse la asfixia napolitana y con más empeño que precisión para cazar al vuelo a sus distinguidos delanteros. Vacilante en el juego y en cada disputa, el Madrid estuvo a merced del Nápoles. Todo a la vista de Zidane, supeditado a su alineación preferida y sin corrección alguna sobre la marcha en el primer acto. Entonces, prevaleció el fútbol entre líneas de la escuadra italiana. El Real Madrid, nada de nada, sometido, fuera de escena.

De nuevo, un conjunto poco gremial, partido por el eje, con la BBC entre paréntesis, a otra cosa, a lo suyo. No son pocos los partidos que ganan por su cuenta, pero también llevan en su debe que el equipo no sea tan redondo como cuando envida con la segunda columna, más dispuesta para el tajo que sea menester. Pero es el sello del club, en las buenas y en las malas. Les avala el mazo —aunque CR lleve seis partidos sin marcar en Champions—, pero en San Paolo quien crujió la mandíbula al Nápoles fue Sergio Ramos, que cabecea con perdigones.

Hasta que el capitán cogió la pértiga, el Madrid estuvo cerca del siniestro. El cuadro italiano simula su ataque con delanteros maquillados que en realidad son volantes muy revoltosos y con ingenio que se alejan del área para llegar al asalto. No tienen forro muscular para anidar cerca de la portería adversaria. Atacan de frente, no de espaldas, lo que desconcierta al rival, cuyos zagueros y centrocampistas debaten si tuyo o mío. Lo empolló Sarri, el técnico italiano, ni se inmutó su colega.

La emboscada sobre Casemiro de la tropa de mediapuntas locales era elocuente, pero no intervino el técnico francés. Ni siquiera cuando embocó Mertens, tras una jugada de billar entre Insigne y Hamsik. Ambos ya habían amenazado con creces por el mismo sector, en el radar de Casemiro, al que nadie auxilió en la intendencia. La trama demandaba con urgencia reforzar la línea media, que algún madridista escoltara al medio centro. Nadie lo hizo, y Hamsik, Insigne, Mertens y Callejón tuvieron al Madrid en las cuerdas, apenas sujetado por la aplicación defensiva de Pepe y Ramos.Tan solo un par de acelerones de Bale pusieron en jaque el Nápoles, que en ambas jugadas evidenció la debilidad de Koulibaly y Ghoulam, el ala izquierda de su retaguardia. Pero no insistió el Madrid por esa ruta de evacuación, pese a que en otra contra Cristiano, de puntillas casi toda la noche, remató al palo derecho de Reina tras amagarle.

Lo del camero es prodigioso. No hay rival que no decrete orden de arresto al andaluz en esas jugadas. Lo mismo da, el central no tiene techo

Fruto de la superioridad azulona, a la ocasión episódica de CR respondió Mertens con otro disparo al palo, de nuevo infiltrado en otra acción contra Keylor. Jugaba el Nápoles, con el corazón en los huesos en cada acción; comparecían de mala manera los de Zidane. Hasta que de vuelta del intermedio, con los mismos protagonistas y la misma disposición táctica, no se demoró Sergio Ramos en acudir al rescate. En poco más de cinco minutos, dos saques de esquina de Kroos, un ilustrado en esa suerte futbolera, ya sea ejecutando desde una orilla u otra, y dos cabezazos de ese bucanero que es Sergio Ramos, el segundo tras un rebote en la coronilla de Mertens. Lo del camero es prodigioso. No hay rival que no decrete orden de arresto al andaluz en esas jugadas. Lo mismo da, el central español no tiene techo.

Con Sergio Ramos por los aires el Nápoles sacó bandera blanca. Fin del sueño en dos instantáneas de córner, más que suficiente para sentirse atribulado, desconcertado, desteñido por completo. Ya en ventaja sí actuó Zidane, que retiró a Bale en favor de Lucas Vázquez, con lo que el Madrid fue más simétrico. Y aún más picante con Morata, que rebaña con goles sus contados minutos. Argumentos de sobra para despejar definitivamente a su opositor, rendido, muerto de realidad. La realidad de Sergio Ramos. Otra vez, el titán del Madrid, de un Madrid ya en cuartos de final por la buena cabeza de su capitán. La que le faltó al equipo hasta que el andaluz espantó los fantasmas.

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Sobre la firma

José Sámano
Licenciado en Periodismo, se incorporó a EL PAÍS en 1990, diario en el que ha trabajado durante 25 años en la sección de Deportes, de la que fue Redactor Jefe entre 2006-2014 y 2018-2022. Ha cubierto seis Eurocopas, cuatro Mundiales y dos Juegos Olímpicos.

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