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Cristiano derrama lágrimas de rabia y felicidad

Solo el triunfo final reparó el desconsuelo de la estrella de Portugal, que sufre un esguince de grado I del ligamento lateral interno de la rodilla izquierda

Jordi Quixano
Cristiano celebra con sus compañeros.
Cristiano celebra con sus compañeros. Carl Recine (REUTERS)

A Evra le desposeyeron del brazalete de Francia tras el motín del Mundial de 2010, cuando la federación expulsó a Anelka por insultar al técnico Raymond Doménech y varios jugadores, con él al frente, se rebelaron. Pero que no lleve la banda en el brazo no quiere decir que no ejerza de líder, tal y como se constató en el calentamiento de la final. Así, mientras todos estaban en corro haciendo los ejercicios y con el capitán Lloris alejado, con su propia puesta en marcha, Evra tomó el mando. Apoyó el brazo sobre el hombro del preparador físico e inició una apasionada arenga que duró cerca de cinco minutos, con gestos imperativos, con gritos alentadores, con los cinco sentidos. Asentían los demás y Griezmann, al que esperaba toda Francia por su gran torneo, apretaba las mandíbulas y resoplaba para canalizar la tensión. Al otro lado del campo, Ronaldo también emanaba la misma determinación, por más que le incomodaran las polillas que revoloteaban por el césped. El problema, sin embargo, es que duró 23 minutos con las botas puestas.

Poco después de que Griezmann advirtiera de que era el pichichi con seis goles en otros tantos encuentros, pues conectó un disparo con la zurda torcido desde dentro del área y un cabezazo estupendo que Rui Patricio desvió con una palomita a mano cambiada, Ronaldo se tumbaba sobre el tapete. Resulta que Payet, que se pasó de frenada y que entró con más dureza de la deseada -aunque no mereciera cartulina amarilla-, le clavó la rodilla en la parte lateral de la suya, una especie de calmante de lo más doloroso que le dejó la pierna izquierda maltrecha. No habían transcurrido ni diez minutos y el luso se retorcía de dolor, pegándole mamporros al suelo, quizá porque desde el principio intuyó que no era un golpe más. Pero el Stade de France se pensó que era comedia porque la pita fue sonora, reiterativos abucheos que no cesaban. Volvió al campo el siete, cojo, con muecas de que algo no iba bien o simplemente iba rematadamente mal porque en el minuto 16 negó con el brazo arriba y se dejó caer sobre la lona.

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La fotografía no daba pie al engaño porque a Ronaldo se le caían las lágrimas, arropado por todos los compañeros menos Adrien y Renato, que se hidrataban en la banda. Nani, su gran amigo, aquel al que le dejó vivir en su casa durante un mes cuando llegó a Manchester, le abrazaba y le susurraba al oído. Pero el desconsuelo de Ronaldo era tremendo, con lloros a moco tendido. Orgulloso, competitivo como es a rabiar, decidió ponerse una vez más en pie. Llegó a la banda y ante la intranquilidad del técnico Fernando Santos, dijo con rotundidad: “¡Quero jogar, quero jogar!”. Lo hizo con un improvisado vendaje en la rodilla, pero cinco minutos más tarde, tras afrontar en una jugada la imposibilidad de esprintar, se dio por vencido. “No, no”, negaba el futbolista, que no podía reprimir el llanto. Por lo que se marchó en una camilla, con las manos en la cara y, al fin, con el Stade de France ofreciéndole el aplauso y la compasión. Pero eso de nada le servía a Ronaldo, que abandonó el partido que siempre había soñado jugar, tal y como desveló durante la semana anterior. Tras la primera exploración, se le ha diagnosicado un esguince de grado I del ligamento lateral interno de la rodilla izquierda

No es que perdiera demasiado del duelo, carente de otro ingenio que no fuera el de correr con la pelota o sin ella y que encontró el picante en un aficionado que saltó al terreno de juego. Aunque entre tanto músculo y velocidad, Griezmann pidió turno, pero le dio de refilón al centro de Coman y la pelota, coqueta ella, le guiñó el ojo a la portería para pasar de largo. Por lo que se llegó a la prórroga, justo en el momento en que Ronaldo salió de nuevo al césped, ya con zapatillas, rodillera y la pierna a la virulé, para dar un consejo, un ánimo o una palmadita a cada jugador al tiempo que se le volvían a escapar las lágrimas y se metía en el banquillo. Pero no aguantó mucho ahí porque salía para dar instrucciones, como en esa falta que chutó Guerreiro al larguero. Y cuando Éder marcó, saltó -un poquito solo porque realmente no podía- para festejarlo luego con todos, también soltando lágrimas a borbotones. En esta ocasión, lágrimas de felicidad. Las mismas que desparramó con el pitido final entre abrazo y abrazo con sus compañeros, aunque no pudo participar en el manteo al seleccionador Fernando Santos. Pero sí que recogió la Copa -que la trajo Xavi porque España era la pasada campeona-, por más que subiera las escaleras a duras penas, y gritó un "¡sí!" como una casa para luego añadir "¡vamos!" y plantarle un gran beso. Por entonces, las lágrimas ya estaban olvidadas.

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