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EL ACENTO
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El fenómeno mediático del huracán Irma

El foco de las cámaras de televisión ha estado puesto en Estados Unidos, cuando la peor parte —al menos en cuanto a vidas humanas se refiere— se la han llevado las Antillas

La isla de San Martín, una de las más afectadas por el huracán Irma.Foto: atlas | Vídeo: RINSY XIENG (AFP) | ATLAS
Rosario G. Gómez

Los investigadores estadounidenses Herbert Saffir (ingeniero) y Robert Simpson (meteorólogo) crearon en 1969 la escala que mide la intensidad de los huracanes dentro de un programa impulsado por la ONU. Se trataba de determinar los daños que los ciclones tropicales pudieran ocasionar en aquellas zonas donde las viviendas estaban construidas con materiales poco sólidos y, por ello, susceptibles de ser fácilmente destruidas por el viento.

La escala Saffir-Simpson se plantó en el número cinco. Ambos científicos pensaban que ese nivel, con vientos sostenidos por encima de los 250 kilómetros/hora, era suficiente para que una tormenta de gigantescas dimensiones arrasara con todo lo que encontrara a su paso. No tenía sentido establecer baremos superiores porque el poder destructivo de un fuerza cinco no sería muy distinto que otro catalogado con calificación superior.

De Irma, el huracán que ha azotado el Caribe y el sureste de EE UU (especialmente Florida) causando al menos una treintena de víctimas mortales, se ha dicho que es uno de los más potentes y demoledores. Alcanzó en el Atlántico los 295 kilometros/hora durante un periodo de tiempo superior al logrado por otros temibles ciclones como Allen (1980). El experto del Instituto Tecnológico de Massachusetts Kerry Emanuel calcula que la potencia de Irma equivale a unos siete billones de watts, más o menos la mitad de toda la energía generada por las bombas utilizadas en la II Guerra Mundial.

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Ya se sabe que en la zona del Atlántico que va desde el este del golfo de México hasta el norte del mar del Caribe los huracanes son algo habitual y recurrente. También está comprobado que el cambio climático provoca fenómenos extremos (fuertes inundaciones y prolongadas sequías) cada vez con mayor intensidad y frecuencia. En Italia, tras el impetuoso temporal que estos días ha provocado siete muertos, ya se habla de la “tropicalización del clima”.

Apelar a los ciudadanos a rezar, como hizo el gobernador de Florida, Rick Scott, ante el avance de Irma, es un buen consejo para los creyentes, pero una mala receta para quienes esperan que las autoridades tomen medidas ante un tipo de catástrofes naturales que no pillan por sorpresa. De la evolución de Irma se ha informado de manera exhaustiva. Su paso ha sido narrado minuto a minuto, en ocasiones con una vehemencia propia de un partido de fútbol de máxima rivalidad.

Una vez más, el foco de las cámaras de televisión ha estado puesto en EE UU, cuando la peor parte —al menos en cuanto a vidas humanas se refiere— se la han llevado las Antillas. Las islas de San Martín, Antigua o Barbuda no son fácilmente localizables en el mapa y da la impresión de haberse vuelto invisibles para los medios de comunicación pese a que en algunos de estos territorios el 90% de las edificaciones y carreteras han sido barridas. Sin olvidar que los desastres relacionados con el clima obligan cada año a más de 20 millones de personas a abandonar sus hogares en todo el mundo.

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